Martes, Marzo 20, 2018
Araceli Espinosa Márquez, investigadora del ICGDE, realizó entrevistas a miembros de nueve familias de Atencingo, durante ocho meses
Puebla-Nueva York es una de las rutas migratorias más dinámicas del país. Desde hace más de 20 años, mujeres de la Mixteca poblana han visto partir a sus seres queridos. Primero sus esposos, después sus hijos mayores, de ahí los más jóvenes, sus hijas. Al quedarse solas trabajaron el campo y sostuvieron el hogar; incluso, formaron cooperativas con sus ingresos y las remesas. Para muchas, la reunificación con los suyos fue alegría, pero también renuncia a su empoderamiento y al producto de su trabajo, pues quienes vuelven lo reclaman como suyo.
Generalmente son mujeres de la tercera edad, quienes tienen que ceder su patrimonio a sus familiares hombres, prácticamente desconocidos, que intensificaron su retorno en el nuevo siglo.
Araceli Espinosa Márquez, investigadora del Instituto de Ciencias de Gobierno y Desarrollo Estratégico de la BUAP, examinó cómo las mujeres de Atencingo se sobreponen a este proceso en una de las regiones más pobres del estado, la Mixteca, que constituye un importante corredor de expulsión masiva, al igual que regiones vecinas de Oaxaca y Guerrero, por las condiciones de pobreza que se han mantenido durante los últimos 40 años.
“Los procesos de reunificación se están dando después de 10 o 20 años. Las mujeres que se empoderaron en ese tiempo tienen que volver a su condición de sumisión, a veces en medio de conflictos de pareja, los cuales también pueden originar violencia intergeneracional: tensiones entre padres e hijos ya que ven las cosas de modo distinto”, afirmó Espinosa Márquez, quien durante ocho meses realizó 42 entrevistas a miembros de nueve familias de esa comunidad del municipio de Chietla.
El conflicto cultural producto de la reunificación provoca dos tipos de violencia contra las mujeres: principalmente, la económica (que condiciona el control de los recursos); y la física, sobre todo porque la mayor parte de las partidas involucra sacrificios que no necesariamente sanan y que constituyen un caldo de cultivo para el conflicto familiar e intergeneracional, al igual que las escasas muestras de apoyo, infidelidades y la irregularidad de las remesas, durante las trayectorias migratorias.
La Mixteca es una región donde hace mucho calor. Ahí la vida no es fácil pues la estructura económica y social presiona más estos hogares para que se genere este tipo de violencia, explicó la investigadora. Muchas de las dificultades de las mujeres siguen siendo las mismas de hace 20 años: problemas de la vida cotidiana, como mantener a flote los hogares, así como el equilibrio entre las actividades domésticas y productivas.
Por las condiciones de pobreza y marginación que se han mantenido durante los últimos 40 años, Chietla ocupa el tercer lugar entre los municipios poblanos con mayor intensidad migratoria, el 119 en el contexto nacional, al superar tres veces el promedio mexicano. Gran parte de los traslados se hacen en un marco de ilegalidad.
A las condiciones adversas que ofrece la Mixteca a sus pobladores en general, hay que sumar las dificultades particulares para sus mujeres. En el caso de Atencingo, persiste un modelo de familia tradicional y extensa. La jefatura es única y es exclusiva de varones. Se mantiene el principio de heredar a los varones y organizar la vida familiar en torno a su ejercicio del poder, así como el patrón patrivirilocal, en el que las mujeres se van a casa de sus suegras, donde colaboran en el trabajo agrícola y del hogar.
El varón es, pues, el único proveedor y la mujer quien se dedica a las actividades de reproducción. En Atencingo, las mujeres tienen pocas posibilidades para su desarrollo. Sus pobladores se dedican básicamente a la industria de la caña: seis meses para su cultivo, seis meses para su procesamiento en el ingenio azucarero, donde ellas no representan ni el 15 por ciento de la planta laboral.
Las mujeres le entran al campo
Por su permanencia y sus características, la migración México-Estados Unidos es considerada de gran relevancia. Muchos poblanos tienen entre sus destinos California, Chicago, Minnesota, Filadelfia, Carolina del Norte, Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut. En los ochentas, la Mixteca de Puebla expulsó una gran cantidad de varones y más de veinte años después han retornado con ellos grupos familiares que llegaron después al país del norte, incluso con niños nacidos y que han vivido por lo menos 10 años allá.
El reencuentro entre desconocidos se vuelve un caldo de cultivo para problemas familiares. Las mujeres que se quedaron, ya casi en la tercera edad, tienen que renunciar a los beneficios logrados por su empoderamiento, ceder sus logros a sus esposos e hijos que reclaman como suyo el patrimonio logrado por ellas en su ausencia.
“Las mujeres le entraron al campo, hacían faenas, controlaban de tres a 15 trabajadores. Algunas se convirtieron en ejidatarias, con un poder económico fuerte, capaces de liderar, administrar contratos y dinero, así como tomar decisiones sobre inversión. Sin embargo, luego del retorno de sus esposos o hijos, fueron reemplazadas. Hoy mujeres de la tercera edad no tienen la oportunidad de ejercer ese poder económico”, sostuvo la investigadora.
Las mujeres de la tercera edad que viven solas son las que se quedaron en el pueblo durante la oleada migratoria. En algunos casos reciben remesas, llamadas telefónicas y visitas anuales, pero se mantienen solas a lo largo del año. Estas mujeres organizan su vida social en torno a la iglesia, donde trabajan en acciones de limpieza y apoyo a los más pobres.
Algunas de ellas se reúnen los miércoles para ayudarse. Se organizan para solidarizarse con las más ancianas de Atencingo. Una mujer que quedó en el abandono familiar y por su edad no puede levantarse de cama. A ella diariamente le proporcionan alimento y aseo, aunque solo una, una atencinguense de 81 años de edad, puede bañarla una vez por semana, debido a que es la única que la anciana reconoce.
“Unas a otras realizan las labores de cuidado; atención a la salud, a la alimentación y la higiene son acciones básicas para la supervivencia que deben ser proveídas entre ellas”, señaló en su estudio la investigadora de la BUAP.
Además de este tipo de limitaciones, las mujeres tienen que soportar la violencia asociada al consumo de estupefacientes de quienes vuelven, un hábito generalmente adquirido en Estados Unidos: “En los noventa, las madres vieron partir hijos adolescentes de 13 a 14 años de edad. Regresan hombres de entre 30 y 45. Estos jóvenes mandaban remesas cuyos orígenes las madres desconocían. No reconocen los modos de vida de sus hijos en Nueva York, por eso les parece nuevo que sus hijos sean adictos a la mariguana o a la cocaína”.
Aunque el fenómeno no es nuevo en la región, para ellas sí. “Siempre que hablas con ellas, ninguna madre reconoce que su hijo sea adicto. Contestan con ‘a veces se fuma una de esas porquerías’, como si las madres mexicanas estuvieran obligadas a ver hijos perfectos, a pesar de los problemas que les ocasionan”.
En muchos casos durante la trayectoria migratoria existen infidelidades que originan relaciones quebradas entre las parejas reunificadas. En el retorno todas estas tensiones explotan. Sobre todo en los dos primeros años.
Otro factor que incide en las tensiones familiares son los hijos fuera del matrimonio. Hay jóvenes que tienen de dos a cinco parejas con las que procrean hijos. A su retorno, vuelven con su última pareja, no necesariamente con la que ellos pensaban iban a establecerse. Ello también genera tensión en los hogares compuestos. Además, se establecen en las mismas viviendas que dejaron. La suegra, los hijos, las nueras, los nuevos nietos (algunos son estadounidenses que no conocen el contexto cultural de la Mixteca) conviven bajo el mismo techo.
Estos hogares compuestos, también conocidos como extensos, generan sus propias dinámicas de convivencia, con sus respectivas manifestaciones de violencia. En el caso de las jefaturas femeninas, son las abuelas quienes desde su matriarcado ejercen el poder de decisión sobre el dinero, el tiempo de dedicación de los trabajos domésticos y la contratación de servicios, pero también, en complicidad con las hijas, violencia económica y un lenguaje diferenciador contra las nueras y sus hijos.
La violencia termina generalmente solo cuando el grupo familiar violentado sale del predio familiar, después de recuperar algunos de los bienes obtenidos durante la migración por consenso o por la adquisición de bienes producto del trabajo, de los cónyuges. Otra salida común, según la investigadora, es la ruptura del grupo familiar, debido al poder que ejerce la madre sobre el hijo y la constante sumisión obligada que debe tener la nuera.
En el caso de los hogares extendidos de jefatura masculina, hay hijos de más de una unión, nueras, yernos y nietos conviviendo bajo el mismo techo. En ellos, la disciplina la ejerce el padre, casi siempre en la tercera edad, por lo que está acompañado de su última pareja.
En estas familias, las mujeres por lo general son muy jóvenes en comparación con los varones, con una diferencia de edad superior a 20 años que propicia que los hijos mayores ejerzan violencia verbal y la vigilancia sobre su ejercicio de la sexualidad. El ejercicio de los derechos a la sucesión por parte de los hijos o por la concubina es la única forma de superar la violencia económica, sin embargo, la baja escolaridad de los titulares de dichos derechos, aunado a lo largo y costoso de los procesos judiciales, les acumula desventajas y provoca que sean más vulnerables.
Afortunadamente, el retorno de los migrantes no solo trae severas problemáticas de violencia familiar. El choque cultural Puebla-Nueva York trajo consigo una necesidad de apropiarse de los espacios públicos. En Atencingo, Chietla, por ejemplo, les gustan los parques y que los espacios públicos estén bien acondicionados para el entorno familiar. Esto implicó el desarrollo y mejora de infraestructura pública para la vida familiar en estas áreas.
“Hay torneos deportivos, la liga mixteca se vuelve a nutrir. La vida social se enriquece después de que estas comunidades eran habitadas únicamente por adultos mayores”, concluyó Espinosa Márquez.